domingo, 21 de septiembre de 2014

Lluvia de letras

Sucede a ras de calle, se habla de ello en los aseos, en las Azoteas que desaparecen en el firmamento, en barras de bar, cafés-cineclub, y hasta en lavanderías. Ha empezado a llover literatura y se escurre por los tejados y cañerías, se desliza por las fachadas de edificios sedientos, salpican los charcos al paso de coches y motocicletas y niños con botas katiuskas. Cae desde muy alto, las nubes negras con sueños vuelan casi-casi por la estratosfera y se precipita sin apenas violencia, como acariciando, una lluvia suave y en la que a uno le gusta naufragar. Se nos cuela entre las baldosas sueltas de las aceras, en los buzones, se filtra por el asfalto hacia el interior, nos empapa el pelo, nos cala los huesos... 

Inunda la ciudad.

Desde hace diez años hay quien se preocupa en esta ciudad de sacudir esas nubes negras para provocar tormentas, las precipitaciones de prosas y versos, acercando la literatura al peatón, bajándola de ese pedestal en el que se le coloca a veces y poniéndole los pies en el suelo sin arrebatarle un ápice de importancia. Los responsables tienen nombres y apellidos pero se hacen llamar "Colectivo Iletrados".   Llevan dando guerra diez años -¡diez!- que han dado para mucho, desde clubs de lectura, hasta recitales en lenguaje de signos, pasando -cómo no- por las 15 ediciones de su Manifiesto Azul, "fanzine de literatura e inquietudes varias".

Imagen de Anthony Méndez
El viernes pasado tuve la fortuna de participar en la presentación de la publicación nº 15 de dicho Manifiesto Azul, en la que he podido colaborar con un poema, y la respuesta del público fue tajante: les encanta esa lluvia de la que os hablaba antes. El poder de convocatoria, la puesta en escena y el ambiente de expectación generado así lo pusieron de "manifiesto" el pasado viernes en el Café de Ficciones, en Murcia. A la gente le gusta la lluvia y por mí, que siga cayendo a mares, no diez ni veinte, sino mil años más.

Gracias, iletrados, por permitirme/nos nadar en los charcos.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Compañeros de herida

Te he dejado un abrazo de despedida anticipada, una última mirada conmovida y un tarro colmado de luciérnagas, por si algún día te quedaras a oscuras [romper antes de usar]. Un mundo nuevo te espera al otro extremo de ese vuelo, más allá de aeropuertos y becas de estudios, de maletas prestadas con kilos de más. Más allá de una noche de nervios previa al día de avión, te esperan otras muchas más con un sentimiento extraño anudándose a tu garganta y los cuatrimestres. A partir de hoy, hermana mía, compartimos herida, nostalgia y esperanzas. El desgarro de una amputación visceral y algo romántica, la comunicación virtual, el tobogán de subidas y bajadas de ánimo. Compartimos distancia, pero no dirección, compartimos desarraigo, pero no coordenadas, compartimos esta sensación de vacío en el lugar en el que antes crecía la hierba de las rutinas familiares y los abrazos. A partir de hoy, sangraremos juntos –hemorragia sin remedio –aliviaremos con Ibuprofeno esta cefalea de ausencias y lejanías. Compartimos herida. Sangramos juntos, nos salvamos juntos