martes, 31 de marzo de 2009

El apagón inesperado

Lo mejor de que haya un apagón en una noche como ésta es la oportunidad que te brinda de leer el libro de turno a la luz de una vela. Cuando vuelve la luz, uno decide que la experiencia merece una entrada.

Lluvia. Las calles oscuras. Los balcones empapados. Y cortinas adentro, una llama tenue ilumina un Mundo de bicicletas, Vitaminas y barrios de gente muerta. La página 70 arde en el sofá cuando se hace la luz (eléctrica), estropeándome el momento oscuro de la noche a oscuras.


jueves, 26 de marzo de 2009

Ayer


Ayer hizo diez años que cumplió cinco. Hace diez años la felicitaba con besos, le contaba alguna historia, la subía a hombros... Ayer hacía diez años que cumplió cinco y sólo pude llamarla por teléfono, hacerle un regalo común a distancia y enviarle un sms con 1000 besos. Ayer llevé un pellizco en la barriga gran parte del día. Después se me pasó. 

De momento me debe una cerveza y un abrazo. Ayer hizo diez años que cumplió cinco.

Ayer parecía que fue ayer.

Felicidades

martes, 17 de marzo de 2009

Escenas de un sábado por la tarde

Las terrazas se llenaban; tazas de café y vasos de cerveza se vaciaban; en la Corredera, una despedida de soltero traía al novio vestido de gitana barbuda con peluca rosa; el sol caía a plomo sobre el asfalto, se satisfacía el deseo de la multitud después de un invierno largo, el calorcito bañaba las fachadas y resbalaba a ras de calle, donde las camisetas de manga corta, las faldas y los hombros al aire, donde las cañas sudaban la espuma gorda. Alguien dormía la siesta a pierna tendida, otros aprovecharían el poco tiempo que tenían y una pareja, al menos una, miraba el río, disfrutaba de la brisa, la altura y la tranquilidad de una cafetería en horas tempranas de la tarde. Otros estudiarían, alguien llegaría a Urgencias con alguna urgencia y algún coche se escurriría a la sombra de un aparcamiento del centro comercial. La judería se llenaba de extranjeros con sombreros y mapas con calles que siempre serpentean en su contra. Los cines no hacían su agosto en primavera y sí los puestos de caracoles de la Magdalena y Padres de Gracia. Cientos de mensajes SMS volaban invisibles por la atmósfera cálida de marzo y cientos, tal vez miles, de visitantes se besaban al sol. Se derretían los cubitos en los tubos y las tan de moda “copas-balón”, se encendían cigarrillos y miradas, se soltaban suspiros, soplidos, globos al aire; se escuchaba el murmullo de la gente en las calles, alguna música lejana, a veces el aire acariciando los toldos y sombrillas, el tilín-tilín de las cucharillas contra las tazas de café…

Y es que mientras hablábamos, mientras nos colectiactivábamos, planeábamos y proyectábamos,  sucedían tantas cosas que era imposible darse cuenta de todo. Desde aquella mesa del Jazz-café, todo nos era ajeno sin serlo, Jesús tomaba fotos, la aprendiz se encendía un cigarrillo y yo… yo me sentía ser quien quiero ser.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Mi frase preferida del día

"Tengo poca batería y una hora para tomarme un café contigo, ¿qué dices?"

A través del móvil, cerca de la facultad... 

...has dicho que sí.

martes, 3 de marzo de 2009

Paseos por la ciudad II: Paseos pasados imposibles.

Te buscaría por San Lorenzo, vagando por las calles adoquinadas del barrio que me vio hacerme mayor. Podría encontrarte en el exterior, en la parte de atrás, por ejemplo, en el ábside, contando modillones de rollos o imaginando los colores de las vidrieras reflejados en el interior por el sol del mediodía. Después te cogería de la mano y nos alejaríamos dándole la espalda a la espalda de la iglesia. Nos refugiaríamos en la calle del Trueque, donde te cambiaría un beso por una sonrisa y decidiríamos dirigirnos a San Juan de Letrán. 

Calle Montero y Rivas y Palma, donde los adoquines no existen nunca y donde cada casa esconde una historia antigua de humildad y noches de carnaval. La calle Costanillas serpentea buscando la Piedra Escrita donde siempre paro a beber agua libando de la boca de un león. Tú me mirarías, yo sonreiría y el agua me empaparía entero, facilitando la existencia del mediodía de marzo. Bajaríamos de nuevo por Cárcamo hacia San Agustín, donde siempre me preguntaré por qué no le lavan la cara nunca. Por Rejas de Don Gome, venceríamos la tentación de entrar a Viana pero no la de mirar a través de sus ventanas cerrando los ojos y agudizando el oído en busca del rumor de estanques y fuentes. Enrique Redel siempre nos llevaría al Realejo donde siempre echaré en falta a alguien en un balcón de una segunda planta, con la bata y la sonrisa puestas, agitando la mano, tal vez. En otro tiempo, podríamos haber terminado tomando cañas que nos tiraría Pepe Calero en el 89 o sentados en la plaza de San Andrés contándote una leyenda de fantasmas que cuentan sobre la casa de Los Villalones, un pequeño palacio muy cerca de allí... Podría haber sido un paseo matutino, si hubiéramos faltado a clase en el instituto y tu y yo nos hubiéramos conocido en aquella época. Yo odiaba la física, tú las matemáticas y ambos, tal vez, habríamos descubierto una química distinta a la sombra de las callejas estrechas.

domingo, 1 de marzo de 2009

Lugares comunes: La crueldad de los parques



Recuerda su nombre con cierta amargura. Despertarse temprano nunca le ha resultado fácil. Y odia hacer el camino al instituto. Normalmente da un rodeo para evitar pasar por el parque. Si no lo hace le resulta inevitable recordar ese verano.

Aquel fue el verano de las palomitas con sabor a kétchup, de las clases particulares de matemáticas e inglés y el verano de las coca-colas de dos litros en grupo. También fue el verano que triunfaron las Spice Girls con su Wannabe, pero, sobre todo, fue el verano que dejó su nombre grabado en todos los árboles del parque. Uno por uno. Porque sí. Quizás porque, durante dos semanas, fue el chico de su vida. Porque la vida por aquel entonces era así: dos semanas eran la eternidad y se podían condensar en una canción y doscientos besos sobre los bancos de aquel jardín a medio cuidar.

Hoy, al pasar por el parque, camina deprisa, mochila a cuestas, con la vista en sus propios pies para no ver nada de ese verano. Sube la música de su walkman para intentar no pensar en nada. Aborrece el ruido de la fuente, el olor de algún naranjo, ese aire contaminado de recuerdos… comenzó a odiarlo hace un par de años ya. Desde el día que él decidió no continuar. Una extraña sensación de prisa le asalta. Acelera el paso y maldice los besos de ese verano, el desengaño lejano. Piensa –a esa edad aún se tiene la certeza –que no le volverá a pasar…

Los parques guardan una crueldad que ellos mismos desconocen. Es la crueldad de la belleza escondida en el fondo de los estanques, de esa decadencia otoñal de hojas secas y flores marchitas; la crueldad de la soledad y el moho de los bancos a las ocho de la mañana, de la humedad del césped medio abandonado y de la umbría tristeza del silencio de las noches… La crueldad de los parques reside en los nombres malditos grabados en los árboles y en cada rincón secreto que guarda el primer beso de dos adolescentes que siempre acabarán odiándose.

Algún día ella crecerá, se convertirá en la mujer que desea ser y él, estancado en aquel verano, seguirá siendo el mismo imbécil. Entonces seguirá resultándole dificil despertarse temprano y un día, quizás de camino al trabajo recuerde ese tiempo, aquel parque, y cuando le venga su nombre a la cabeza es posible que dibuje una sonrisa a medias porque sienta la importancia real de aquello. Ninguna. Y se sentirá feliz. Será durante un instante. Después caerán las hojas, sonará el rumor de las fuentes, y será consciente de que llegará tarde a la oficina. En el ipod, muy posiblemente, suene el Fake plastic trees y se le alegrará el día…